24.5.13

Lo que concluí hoy

Hoy creí que mi generación, todos los que nacimos en los ochentas o en años más recientes, somos la generación que se esmera en rechazar todo lo creado antes de que naciéramos o bien de restarle valor a lo bueno pero que no es nuevo. Creí que eramos los únicos intolerantes, los que desprestigiamos lo creado o nacido en otras épocas y esto por el mero hecho de que lo consideramos anticuado, poco moderno y por ende sin valor o importancia. Pensé que este tonto pensamiento era propio de mi gente, pero después de meditar unos minutos llegué a la conclusión de que esto no es propio ni de mi generación ni de mi cultura, sino que es algo que caracteriza todas las generaciones que han existido, todas tendemos a dejarnos llevar por lo nuevo y moderno. Día a día nos convertimos en víctimas y a la vez cómplices de la poderosa mercadotecnia que domina el mercado y nuestra vida diaria. 

Es increíble como invertimos miles de pesos (si se le puede llamar inversión) en celulares modernísimos que tienen funciones o aplicaciones totalmente innecesarias. O bien en gadgets que realmente no necesitamos o que no adquirimos por la ambición de aprovecharlas sino por el hambre voraz de pertenecer al mundo moderno y derrochador de dinero. Y no, no estoy en contra de la tecnología, al contrario me parece que es fantástica y me encanta el sacarle provecho siempre que se pueda, pero si me entristece esa necesidad que sufrimos como sociedad de tener lo más nuevo, de creer que lo viejo por ser viejo vale menos que lo que salió ayer en el mercado. El viejismo aplicado en todo lo que existe protagoniza nuestras características como sociedad. Cambiar esta percepción errónea que tenemos sobre lo antiguo mejoraría o en el mejor de los casos arreglaría muchas de las fallas que tenemos como sociedad, lo difícil es saber qué hacer para poder cambiar esta percepción general. Espero pronto se ilumine mi cerebro y encuentre la respuesta para así contribuir a mi mejoría y a la de mi gente.

Toda esta idea surgió hoy por la mañana mientras comía tortas con mis amigos. Cine era el tema de nuestra conversación, específicamente "La naranja mecánica". Cuando mencioné este título dos de mis amigos torcieron la boca y fruncieron la nariz, haciendo la típica expresión de desagrado que todos hacemos. A continuación les pregunté que si porqué no les gustó, a lo que me respondieron: "Es que es viejita, las películas viejitas no me gustan porque son viejas. A mí háblame de las de los noventas en adelante, esas son las buenas". Al recibir esta respuesta surgieron todos estos pensamientos en mi mente y a raíz de ellos escribí esta nota.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bueno que volviste.

En el paro

Que se desdibuje de la pantalla el trazo tan temido, que el masaje agotador lo reactive, que le lleguen los gases que necesita, que las drog...